Como sucedió en la dictadura, en el regreso de la democracia y el neoliberalismo de los '90, con el macrismo también se busca quebrar el activismo sindical, penetrando en su estructura organizativa. ¿Cómo podemos evitarlo?
Los videos que muestran a Marcelo Villegas, ex ministro de Trabajo del gobierno bonaerense de María Eugenia Vidal, con ganas de armar una Gestapo antisindical (policía secreta, sin control legal o judicial, que vigilaba, perseguía y eliminaba opositores al nazismo) amerita ver con más profundidad un preocupante tema que se arrastra desde 1955.
Nos referimos al deseo de hacer desaparecer los sindicatos. Y creemos que se trata de un método que forma parte de una estrategia: destruir el modelo sindical argentino. Cuando fue derrocado Juan Domingo Perón en el golpe de Estado de 1955, lo primero que los militares hacen es intervenir los sindicatos.
Los siguientes gobiernos dictatoriales y democráticos que los sucedieron hasta el 1973 fueron pendulantes en la relación con los gremios, debido a la fuerte resistencia organizada de los trabajadores sindicalizados. Asistimos a la alternancia entre el reprimir, encarcelar y torturar, con la cesión de derechos. Inclusive, en el intento de “cooptarlos”, accedieron frente a algunas reivindicaciones, vigentes al día de hoy.
El pueblo trabajador, siempre astuto, avanzaba en las mejoras posibles mientras mantenía intacta la consigna fundamental: “Perón Vuelve”. Sabía que solo podría desarrollarse y ser parte de un proyecto de liberación nacional con Perón, que sintetizaba ese proyecto de mejora para todo el conjunto.
El golpe del año ‘76, a la luz de lo aprendido, intentó dar el mazazo final a estas estructuras, pero nuevamente se encontró con una fuerte resistencia. Los datos son contundentes: el 67 por ciento de los desaparecidos eran trabajadores.
Se buscaba quebrar el activismo sindical, penetrando en su estructura organizativa. No pudo la dictadura genocida, pero dejó una gran fractura dentro del campo popular que hasta hoy los trabajadores padecemos.
Cuando volvió la democracia en 1983, y el horror había terminado, Alfonsín, el primer presidente pos-dictadura, apenas días después de su asunción el 10 de diciembre de 1983, presentó el proyecto de “Ley de Reordenamiento Sindical” elaborada por su ministro de Trabajo, Antonio Mucci. La iniciativa encontró una fuerte resistencia de las organizaciones sindicales, y finalmente fue reprobada en el Senado. O sea, el movimiento obrero torturado, encarcelado y asesinado, y por el cual, gracias a su resistencia fue uno de los protagonistas para recuperar la democracia, se encontraba, casi sin poder reorganizarse y velar en paz a sus muertos, con una nueva embestida “democrática”, cuya finalidad era la misma, romper la estructura sindical.
El nuevo intento vino de la mano del liberalismo de los ’90 instalado en la Casa Rosada, que pretendió culminar lo empezado por la última dictadura. La destrucción total de la estructura productiva del país y sus consecuencias laborales y sociales que lograron que nunca más se pueda volver a reconstruir, y luego el mini gobierno de la Alianza con Fernando De la Rúa y sus intentos de “reformas laborales”.
Con Néstor Kirchner el sindicalismo recuperó espacio y derechos. Pero ya el país era otro. La llegada del macrismo redobló la prédica sobre la demonización de los dirigentes sindicales. Estrategia inteligente, que busca en la personalización de un dirigente la destrucción de todo el modelo sindical.
Mediante burdas falacias lógicas, repetían “tal sindicalista es malo, todos los sindicalistas son malos”. Y así nos encontramos con intervenciones y allanamientos efectuados a varios sindicatos (obviamente no al azar ni por causas reales), en los que los “interventores” intentaban quebrarlos económicamente (el caso del ex ministro de trabajo de Macri, Jorge Triaca es el más resonantes y el más impune). Mientras tanto, de modo paralelo, avanzaron en la destrucción de lo que queda del modelo productivo de la patria, beneficiando a los grandes capitales nacionales y extranjeros, y endeudando a la Argentina de manera demencial, con el objetivo de enterrarnos en una eterna dependencia. Esto sucedía del lado del poder real, pero siempre es bueno mirarnos a nosotros mismos.
El macrismo “logró” mediante el espanto que se alcanzara la unidad sindical. Y aún más, se avanzó en un nosotros más amplio, sumando a los movimientos populares que buscan organizar a los trabajadores de la economía popular.
En el discernimiento colectivo algunos nos preguntamos si no es este un momento bisagra de nuestro tiempo, -sobre todo tras una pandemia mundial sin precedentes y un avance de la tecnología inédito-, para plasmar esa unidad en algo que se cristalice más allá de los espantos coyunturales.
¿No será momento para que todos, dirigentes y activistas de las segundas, terceras y hasta cuartas líneas, nos dejemos de contar las costillas y logremos consensuar la unidad basada en algunos pocos puntos de acuerdo, más allá de los desacuerdos?
Juntos por el Cambio fue tan brutal que chocó la calesita y quedó expuesto de manera bestial. Pero sabemos que el macrismo no es más que la representación política de los intereses del verdadero poder económico. El mismo que en su momento utilizó las armas para imponer sus intereses y que estaría dispuesto a volver a usarlas.
¿Y si el macrismo que viene no es tan obvio?
La oposición logró ganar las elecciones de medio término el año pasado gritando en los últimos días de campaña que había que terminar con las indemnizaciones, entre otros derechos. Ganó gritando eso, entre otras barbaridades.
No es un dato menor a tener en cuenta, que hace muchos años que la indemnización dejó de ser algo habitual para gran parte de nuestra población, y en especial para los trabajadores. ¿Por qué la defenderían? Destruir el modelo sindical argentino es una obsesión de antaño. No descubrimos nada nuevo. Lo nuevo es cómo vamos a frenarlo, y cómo avanzamos en mejorar este modelo sindical para avanzar en la conquista de derechos para todos los trabajadores/as de la patria. Seguir hablando de movimiento obrero organizado es referirnos a otra época donde la estructura laboral era otra.
¿Cómo hacemos para que los jóvenes trabajadores entiendan la importancia (más allá de su individualismo) de tener un modelo sindical fortalecido? ¿Cómo construimos un movimiento de trabajadores que nos contenga a todos? ¿Cómo incluimos a los trabajadores no registrados, los cuentapropistas y los de la economía social y popular (cooperativistas e independientes), para no regalar esa concepción a ese mismo “macrismo” que tanto lo revindica y “empodera”, pero con intenciones totalmente opuestas a los intereses de esos mismos trabajadores? O acaso alguien considera creíble que todos seremos emprendedores o nuestros propios jefes.
El documento elaborado por la CGT en su último congreso, titulado “VOLVER AL TRABAJO COMO EL GRAN ORDENADOR SOCIAL”, es un excelente punto de partida para poner en práctica lo que acá planteamos.
Por último, creemos necesario rescatar a un sacerdote jesuita, Jacinto Luzzi, quien escribió en el año 1981 su experiencia con los dirigentes sindicales, al que llamó: “El Sindicalismo Argentino hace camino al andar”; donde reflexiona sobre las dos tendencias permanentes de la historia sindical: los que negocian y los que enfrentan; destacando que siempre existieron, siempre se complementaron y siempre fueron necesarios. Sobre el final expresa: “Comprometerse a fondo ya en la realización de un sindicalismo capaz de responder a las necesidades del tiempo y sus circunstancias. Hoy se construye el futuro. A fin de evitar todo estancamiento, en ese compromiso el dirigente ha de estar abierto a la crítica y auto-critica. Eso vale también para las actitudes básicas señaladas en la historia del sindicalismo, la negociación y el enfrentamiento. Al polarizarse, esas actitudes fácilmente se transforman en cuestiones personales. Es preciso deponer esas posturas. El enfrentamiento y la negociación son meras herramientas cuya validez depende de la finalidad con que son empleadas, es decir, para qué se negocia o enfrenta. El sindicalismo argentino hace camino al andar, y no se puede andar saltando en una sola pata. Las dos actitudes son necesarias para caminar".
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