Los rios de mierda y el narcotráfico como bote salvavidas
- Lucas Manjon
- 29 sept
- 3 Min. de lectura

Los asesinatos de dos chicas de veinte años y una de quince son una nueva prueba de un sistema destruido. Algunos sectores organizados y desorganizados de la comunidad intentan contener este río de mierda desbordado, pero los esfuerzos no alcanzan. El asesinato de las tres chicas tiene sus causas directas en las manos de un grupo de mercaderes de la muerte, que desde hace mucho tiempo se dedican a explotar a los sectores pobres de la sociedad: a mujeres pobres prostituidas por adultos, a chicos pobres con armas en las manos, armas que adultos les entregan para custodiar la droga que esos mismos adultos les venden a ellos y a otros chicos pobres en su gran mayoría. Esas manos asesinas que mataron a las tres chicas pobres forman parte del caudal de ese río de mierda que ahoga sobre todo a los pobres. Tenemos que dejar de acostumbrar el olfato a ese olor putrefacto que nos está asfixiando.
La lucha contra el narcotráfico, de manera más o menos organizada, comenzó hace cincuenta años. Los Estados decidieron entregar la pelea de un fenómeno social complejo a las fuerzas de seguridad y al Poder Judicial. La política decidió que las herramientas a su servicio fueran las que definieran cómo y cuándo enfrentarlo. Se determinó que había que perseguir la oferta de droga e intentar contener la demanda. Esa estrategia, que hoy sigue vigente, no solo resultó ser un fracaso, sino que además le agregó otros enormes problemas. Los intentos por contener la demanda fueron pocos, muy poco efectivos y terminaron deshumanizando a las víctimas, a todas. A quienes cayeron en el consumo de drogas, a los niños explotados por esos mercaderes de la muerte, a las familias impotentes frente a la destrucción de sus hogares y a la comunidad, que guiada por el miedo comienza a alejarlos, convirtiéndolos en muertos que hablan pero sin voz, que tragan en lugar de comer y que caminan a ningún lugar. Esa estrategia tiene que cambiar.
La lucha contra el narcotráfico no puede tener como objetivo una estadística o la espectacularidad sensacionalista de una comunidad arrastrada hacia la coprofagia. El objetivo de la política, del Estado y de la comunidad debe ser que esos chicos y chicas vuelvan al hogar, a la comunidad de la que esa violencia los alejó. Cada cargamento de droga que se descubre y que teatralmente se muestra en los medios de comunicación son solo victorias parciales de un partido perdido si no se tiene en cuenta a las víctimas.
El Papa Francisco decía que las crisis son oportunidades para salir mejor o para salir peor, pero que de las crisis, en definitiva, se sale. Frente a una crisis humanitaria como la que vivimos este fin de semana en Argentina, y de las cuales ya sufrimos muchas, lamentablemente hemos salido peor. El narcotráfico y la trata de personas son una realidad que nos demanda una respuesta a todos. Nadie se desarrolla solo y una comunidad no se desarrolla si uno de sus miembros está herido al costado del camino. El Estado debe cambiar la estrategia. Debe desarrollar políticas para integrar a los barrios y a su comunidad. Una comunidad que debe estar repleta de trabajadores con empleos dignos, con jóvenes que tengan sueños y oportunidades de transformarlos en realidad, con mujeres que vivan en igualdad de derechos y sin miedos, con empresarios que ganen dinero produciendo riquezas para todos. Las dirigencias de todos los sectores, con la vocación de liderazgo que los caracteriza, deben volver a mirar y a escuchar al pueblo que conducen, responder a las urgencias, que son muchas, mientras planea y construye el futuro.
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